lunes, 26 de julio de 2010

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL


Si se anuncia jubilaciones a los 70 años a aquellos que mayoritariamente empezamos a cumplir los 50, más de uno siente la tentación de invertir la pregunta habitual de si habrá vida después de la muerte por la de si tendremos vida antes de ella. Es en este contexto cuando cobra realmente importancia la evaluación del riesgo psicosocial.
La OMS establece que para el año 2020 de las diez principales causas de incapacidad, cinco están relacionadas directamente con la salud mental: la depresión, las adicciones, el trastorno bipolar, la esquizofrenia y el trastorno obsesivo-compulsivo. Sin embargo, la escasa conciencia de enfermedad y el estigma social asociado a las enfermedades psiquiátricas hacen que los trabajadores no soliciten ayuda psicológica, aún sabiendo que un entorno laboral adverso incrementa entre un 0,5 y un 1.5 veces el riego de depresión.
Tenía que publicar Charles Darwin su origen de la especies (1859) para desbancar al hombre del lugar privilegiado en la que se había colocado dentro de la evolución, pero se tuvo que esperar hasta 1995 para que el portugués Antonio Damasio expusiera el error de Descartes y acabara con el dualismo entre cuerpo y mente. No parece lógico que sean los sectores sociales, los sanitarios y los educativos, los que estén más afectados por los riesgos psicosociales puesto que son los que racionalmente tienen un mejor conocimiento de la problemática. Nos gusta considerarnos racionales, esto nos parece permitir controlar mejor las situaciones, sin embargo, los últimos avances en el conocimiento del cerebro han demostrado que lejos de tener un cerebro binario de conexiones sinápticas unidireccionales, tenemos un cerebro con una plasticidad impresionante que se adapta a nuestras experiencias pero, sobre todo, a nuestro inconsciente. Somos, en definitiva, los escultores de nuestro propio cerebro.
Existen 5.000 veces más sinapsis que estrellas en nuestra galaxia y las nuevas técnicas (resonancia magnética funcional y la tomografía axial computerizada) nos permiten conocer el cerebro en funcionamiento y poder demostrar experimentalmente muchos aspectos que probablemente ya sospechásemos por intuición, como, por ejemplo, es la relación entre la emoción y la memoria.
El concepto de inteligencia se ha modificado a lo largo de la historia pero sobre todo en los últimos 20 años. Atrás han quedado los viejos test de inteligencia de principios del siglo pasado. Nuestro cerebro es fruto de su propia evolución, sobrecapándose unas fases evolutivas sobre otras, pero, sobre todo, íntimamente relacionadas unas con otras. Ninguna de ellas es más importante que la otra, de hecho, la inteligencia social surgió en los primeros momentos de la evolución por pura supervivencia. La inteligencia emocional es la base de la inteligencia social y viene a estar definida por la capacidad de integrar de forma transversal las distintas fases evolutivas de nuestro cerebro.
En un entorno laboral envejecido, aplicar estos conceptos sobre inteligencia emocional se constituye como pieza fundamental de la salud laboral. Se conoce perfectamente que las deficiencias en la organización del trabajo son el principal factor de riesgo psicosocial, pero por nuestra propia salud física y mental se debe de mantener una actitud positiva. De igual forma que situaciones como el estrés crónico debilitan nuestro sistema inmunitario, prácticas como la meditación, la oración o el yoga pueden mejorar nuestra salud. En definitiva, hoy en día se sabe que los trastornos mentales y conductuales, surgen por una conjunción de factores biológicos, psicológicos y sociales. No debemos tratar nuestro cuerpo como una máquina, dejar de apretar el acelerador es además de sano, inteligente.